Karl von Clausewitz (1780-1831), el filósofo de
la guerra, lo que equivale a decir de los conflictos dirimidos
por las armas, anticipó: “Diremos pues que
la guerra no pertenece al campo de las ciencias y las
artes, sino al de la vida social. Es un conflicto de grandes
intereses que tiene sangrienta solución, y en esto
se diferencia de los otros. Mejor que con el arte se la
puede comparar con el comercio, que también es
un conflicto de intereses y actividades humanas, y se
acerca más a la política que, por su parte,
puede ser considerada como un comercio en grande escala.”
(De la Guerra. Libro II- Cap III – III)
Pocos autores, como el General Prusiano han sido tan
citados al tiempo que tan poco leídos aunque sí
sus enseñanzas aplicadas. Su capacidad de abstracción,
poco común hoy en día, nos permitiría
reflexionar sobre la muy mentada globalización
y la valoración preponderantemente negativa que
se emplea para su descripción. Una axiología
conspirativa subyuga con más prejuicio que razón.
Debiendo reconocer que la idea de lo global se instala
por el solo reconocimiento del aspecto que, como tal,
posee el planeta donde reside la especie humana, se debería
afirmar, consecuentemente, que se trata de una noción
de más de cinco siglos de existencia.
El sucesivo mejoramiento de los medios de transporte
y de las comunicaciones interpersonales, han otorgado
más un carácter de revolución que
un mero desarrollo evolutivo a estas transformaciones.
Así, las revoluciones científicas como la
actual, de la información, cual Caballo de Troya,
han afectado todo lo conocido, inclusive mucho de lo cotidiano
y no más allá de a una década vista,
alterado el modo de adquirir conocimiento. Al decir de
Ackoff “El cambio en sí está cambiando
constantemente. Esto se refleja en el amplio reconocimiento
de su aceleración. Por ejemplo, la velocidad con
la que se puede viajar ha aumentado más durante
este siglo (XX) que en todos los anteriores. Lo mismo
puede decirse de la velocidad con la que es posible calcular,
comunicarse, producir y consumir.” La aceleración
del cambio ya alcanza la velocidad de luz y la emplea
el punto final de esta frase para llegar al ordenador
del lector. Todo ello ha intervenido sucesiva, simultáneamente
o caóticamente en hacer de nuestro mundo la aldea
pequeña que fuera advertida por Mc Luhan a fines
de los 60´s.
Esta “pequeñez”, es consecuencia de
la acción humana. El ser humano es su causa eficiente
y ésta a su vez producto de su naturaleza gregaria.
La imposibilidad aristotélica de vivir aislado
no resistiría un análisis riguroso. El espectáculo
de barbijos que intentan interponerse para evitar la vectorización
de agresiones virales que se han dispersado como un nuevo
“Big Bang” desde el “barrio mexicano”
poco podrán hacer para lograr el éxito.
El dengue de otros suburbios, la sempiterna malaria africana
o caribeña no son más que expresiones que
nos recuerdan la vecindad de los problemas globales.
El comercio, así como los desplazamientos fugaces
del turismo de placer o compulsivo constituyen facetas
de un mismo calidoscopio de imágenes siempre escurridizamente
cambiantes. Una permanente mutación que opera con
notable semejanza en los virus como en el comercio ilegal,
en la criminalidad organizada como en las expresiones
aun más dramáticamente cambiantes de los
conflictos que amenazan la paz entre las naciones. Ello
nos debiera dar una mejor y más cabal idea de la
trascendencia que mantiene la adopción de criterios
realistas en la adopción políticas exteriores
que reconozcan estos avatares.
La dimensión humana del conflicto será
siempre igual, así sea: en las relaciones sociales
como en las comerciales como en las de la guerra.