La acepción competir sugiere sinónimos tales como rivalizar, luchar, contender, pugnar, combatir, lidiar, apostar, disputar, etc. Del latín competĕre, el Diccionario de la Real Academia Española señala que, “Dicho de dos o más personas: Contender entre sí, aspirando unas y otras con empeño a una misma cosa”. Asimismo: “Dicho de una cosa: Igualar a otra análoga, en la perfección o en las propiedades.”
Es así que los países compiten unos con otros por prevalecer para un mayor bienestar para sus habitantes (aquello que es parte de la causa material del estado junto con el territorio). Muchas veces es interpretado que será la Teoría de Juegos la que indicará, ineludiblemente, que lo que pierde uno será obtenido por el contendiente. Los recursos no son infinitos.
Ahora bien, los recursos del planeta no debieran asimilarse tan solo a las piedras de aplicación o el carbón o el petróleo o los sucesivos paradigmas que respaldaron el criterio de riqueza de las naciones a lo largo de las civilizaciones. Disputas por posesiones territoriales, apetencias por tierras fértiles, invasiones por la obtención de fuentes de materias primas, desencuentros diplomáticos, disputas comerciales o meras insinuaciones por prácticas desleales de dumping señalan un arco de conflictos de muy diversa relevancia y solución.
“Competencias” también remite a las habilidades desarrolladas (“skills”), las cualidades que, como activo, posee una persona o una organización por las que se diferencia de otras y, justamente, esa diferencia las aventaja en una mayor aptitud para vencer en una pugna; de allí el concepto de ventaja competitiva devenida de una anterior ventaja comparativa.
Tan solo como un recurso didáctico, avancemos en aceptar que muchas afirmaciones pueden convivir bajo dos definiciones diferentes y simultáneas.
Hoy día la teoría corpuscular de Newton y la ondulatoria de Huygens, opuestas en sí, conviven.
Claro está que requirieron el concurso de un tercero para sellar la compatibilidad. En efecto, fue el genio de Albert Einstein quien pudo afirmar que el comportamiento de la luz puede ser ambiguo: la luz definida como cuerpo (flujo de partículas) y como onda del espectro magnético, ambas conviven..
Continuando en este mismo tren de analogías, debiéramos inferir que los estados, igual y simultáneamente, se comportan como personas o como cosas. Por momentos asimilados a las decisiones de sus humanos líderes como un todo monolítico que subsumen un hipotético “acuerdo interno” imprescindible para adjudicar a los países su condición de actores estratégicos (escuela de FEDERICO FRISCHKNECHT) y por momentos sujetos mensurables, cuantificables reducidos a cifras que desgranan su interacción interestatal en tonelajes, montos de producción, balanzas de pagos, déficit comercial, cantidad de habitantes, etc.
El desafío es admitir que ambas descripciones convergen como síntesis superadora de lo que definen.
Cuando se consumó el paradigma de la Guerra Fría, la lógica que imperó fue la certeza que el uso del arma nuclear aseguraba la derrota de ambos contendientes (MAD). La disputa, pues, se llevó a un “Coliseo” original, inédito: el espacio. El vacío fue la pista para la “CARRERA” espacial en una lidia que, para muchos, no culminó en la llegada del hombre a la Luna sino en la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) de Ronald Reagan (o guerra de las galaxias) que llevó a la exhausta URSS a renunciar a la competencia. Curioso caso de darwinismo por la prevalencia del más apto. La premisa de ser el primero en “algo”, se resolvía por su propia lógica.
Las decisiones siguieron siendo humanas pero la necesidad de cuantificar los logros, de “cosificar” , de materializar los éxitos no hacía más que confirmar ese extraño apetito humano de ganar espacio, tiempo o materia.
Siempre luciendo protagónicamente la divisa, los colores que simbolizan el estado que compite: sea rojo, naranja, celeste o tricolor. Siempre la compleja dimensión humana: la que busca mejorar, perfeccionarse, ser mejor... Que los otros.
EDUARDO H. CUNDINS – (MEG) 700