Mohamed Bouazizi fue el joven tunecino informático de 26 años, que el 17 de diciembre de 2010, desocupado y humillado por el destrato desde un gobierno percibido lejano, decidió poner fin a su vida frente al ayuntamiento de Sidi Bouzi. Su cuerpo en llamas pasó a la triste galería de íconos del fastidio que inició el reguero del arco mediterráneo allende el Canal de Suez.
Libia, Egipto, Siria, Yemen como piezas de dominó siguieron una derrota semejante.
La de Tunez fue una rebelión profundamente europea, en territorio africano. Su génesis intrínseca fue europea, su matriz: islámica. No podía ser de otro modo toda vez que debajo del chador femenino subyacen, aun hoy, Pierre Cardin e Yves Saint Laurent.
El evangelio de las rebeliones podría ser la obra de José Ortega y Gasset “La Rebelión de las Masas” que desnuda, también, rebeliones profundamente europeas.
La hoy eclipsada cuna de ciencias, iluminó imperativamente al mundo moderno desde su modelo absolutista; absolutista en la formas pero específica en sus alcances. La burguesía científica decimonónica desplazó desde su especialización extrema un saber universal magnánimo por sus saberes pequeño-burgueses “constriñéndose, recluyéndose…estrechándose” (113) cerrándose al saber integral que supone conocer la complejidad humana. Se especializaron, se desgeneralizaron. Un sabio ignorante, un petulante, un científico inculto, un sabedor de algo con pretensión de omnisciente.
Éste es el hombre masa ortegano, ya no la irrupción de “masas” cuantitativamente numerosas y cualitativamente tumultuosas. Valdría decir, pues, que la “masa crítica de la rebelión” no está en el rebelado sino en el gobernante. Su notable concentración, como los agujeros negros cósmicos, de atracción gravitacional infinita, lo condujeron a centrar sobre sí todo el estado (el muy europeo “L'État, c'est moi” de Luis XIV).
Esta obcecación es la misma que mal condujo a los imperators a sus caídas ignominiosas. La prevalencia de la ciencia que en el dominio de las leyes insinúa el control de la materia devino en la entropía del poder impotente, de ordenar sus propios límites. Es el paroxismo de la infalibilidad autocumplida.
Ni el alfa ni el omega. Ni corpuscular ni ondulatoria, así es la luz que le permite al lector seguir estas líneas, sin definiciones absolutas, con teorías convivientes que desde su antagonismo se unen al influjo de un genio (que también fue europeo); de un filósofo antes que de un mero físico: Albert Einstein.
Bouazizi al rebelarse, nos reveló el camino.
Se ha consultado la versión de Ediciones ORBIS, S.A., Hyspamérica Ediciones Argentina S.A. Edición 1983 ISBN 950-614-078-2.
EDUARDO H. CUNDINS – (MEG) 413