Immanuel Wallerstein (1930-) en la obra de Patricia Agosto
(“Wallerstein y la crisis del Estado-nación)
nos recuerda que este invento moderno llamado estado-nación
que acaba de cumplir sus primeros dos siglos de vida se
halla en crisis terminal.
Con la paz de Westfalia en 1648 que dirimió la
Guerra de los 30 Años (y la de los 80 también)
se apartaron los asuntos de la religión de los
de los estados y éstos se constituyeron en los
únicos válidos para desenvolverse en el
gran tablero del mundo conocido de entonces.
Los estados nacionales pasaron a ser los sujetos del
derecho planetario, los protagonistas “oficiales”
del orden interestatal si bien la denominación
prevalente que le ha sido dada fue la de internacional.
La saludable diversidad en la unidad global constituía
la causa eficiente de su existencia.
Las así conocidas relaciones internacionales de
hecho constituyen una compleja trama en las que la vinculación
estado-estado se ha visto cada vez más devaluada.
Reducida al ceremonial de estado y traducida ésta
a visitas oficiales e intercambios previamente agendados,
deben competir con un sinnúmero de otras relaciones
que, en la mayoría de los casos, no necesariamente
refuerzan el nexo político que rige la directriz
oficial de cada uno.
Asignándoseles la dualidad cooperación-competencia,
se podría tener por caso una relación altamente
cooperativa en lo político pero irreconciliablemente
competitiva en lo comercial.
En esta dimensión, simultáneamente, podrían
estos estados tener una relación antagónica
ante el foro internacional que representa la Organización
de las Naciones Unidas. Pero para sumar aun más
densidad problemática al análisis resulta
que tal oposición podría ser tan solo en
el rubro de la no proliferación nuclear, a su vez
neutra en el de los Objetivos del Milenio y concurrente
en el de Paz y Seguridad.(Por nombrar tan solo tres ámbitos
de debate)
Los organismos responsables de mantener los nexos intactos
de todo el sistema recae en un cuerpo de diplomáticos;
especialistas compelidos a armonizar las relaciones dado
que al unísono, la componente final de una relación
bilateral puede arrojar balances inestables como consecuencia
de que a los estrictos saldos cuantitativos de intercambios
comerciales se agregan los de otras áreas estratégicas
que conforman el potencial del estado de imposible ponderación.
Asimismo se suman otras áreas del poder estatal
que “juegan” roles concomitantes aunque no
necesariamente congruentes como lo serían los contactos
presidenciales, las visitas legislativas, la diplomacia
militar y las cumbres de todo tipo.
A esta segunda capa de interdependencias se suman las
que mantienen las sub-unidades más o menos autárquicas
de aquellas unidades soberanas ya consagradas tales como
provincias o autonomías y ciudades con otras en
una actuación no regida por normativa estricta.
Es el advenimiento de lo Glocal, frase atribuida a Beck
y Robertson como resultante de la revolución de
las comunicaciones y de una globalización contundente,
que no reconoce esa isobara política denominada
límite divisorio.
Agregando más “coberturas” al entramado
que se descubre, se suman las organizaciones no gubernamentales
que, deliberadamente, constituyen instituciones “a-estatales”
que responden a principios supranacionales, filantrópicos
o naturales y que procuran, de diversos modos, el bienestar
del ser humano o, inclusive, de otras especies vivas.
Para poner un coto a este interminable análisis
en esta breve reflexión se tendrá al individuo
que, desconociendo la propia dependencia al estado que
lo respalda a través del aparato gubernamental,
se vincula con una justicia supranacional que no entiende
de soberanías absolutas y que lo considera sujeto
del derecho y beneficiario de los dictámenes de
cortes internacionales, jueces y tribunales. Así,
una otra dimensión, le agrega la alteración
de la condición tradicional de súbdito a
la de ciudadano del mundo. Las dobles o múltiples
nacionalidades que se otorgan a los habitantes constituyen
otro añadido que imponiendo calendarios electorales
exigen el deber de optar por sus intendentes locales,
y, en simultáneo, por legisladores de comarcas
o provincias poco o nada frecuentadas.
Con lo descripto se arriba a un intento de solución,
al vocablo que intenta explicar el problema pero sin la
pretensión de resolverlo: complejidad. Palabra
reinterpretada por Edgard Morín (1921 - ) quien
en su obra “INTRODUCCIÓN AL PENSAMIENTO COMPLEJO”,
advierte que a “…primera vista la complejidad
es un tejido … de constituyentes heterogéneos
inseparablemente asociados: presenta la paradoja de lo
uno y lo múltiple. Así es que la complejidad
se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado,
de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad,
la incertidumbre... “
Una cierta voracidad capitalista, sumada a una creciente
urbanización de la mano de obra han generado la
externalización de los costes de producción
que no es otra cosa que la contaminación del medio
donde el hombre vive. El enrarecimiento de las condiciones
de vida y la afectación del bienestar humano en
general imponen que el perfeccionamiento del estudio de
las relaciones internacionales no recurran al reduccionismo,
a la modelización ni a la simplificación.
Lo uno fuera de lo diverso no se comporta de un mismo
modo, una visión metasistémica exige redescubrir
la virtud de una interpretación holística
inducida por la inagotable capacidad creadora del ser
humano en su infinita adaptación hacia el bien.