“…la guerra no pertenece al campo de las ciencias y las artes, sino al de la vida social. Es un conflicto de grandes intereses que tiene sangrienta solución, y en esto se diferencia de los otros. Mejor que con el arte se la puede comparar con el comercio, que también es un conflicto de intereses y actividades humanas, y se acerca más a la política que, por su parte, puede ser considerada como un comercio en grande escala.” (Carlos Von Clausewitz “De la Guerra”. Editorial 1884 Libro II- Cap III – III)
Jacques Maritain inicia su clasificación de la filosofía con la lógica (definible como la ética de la inteligencia, una verdadera propedéutica), sigue con la especulativa o teórica (reflexiva) y concluye con la filosofía práctica; distinguiendo en esta última la del hacer artístico o estética y la del obrar moral o ética.
Es de destacar que en su planteo general parece que nadie recurriría a la ciencia sino para una aplicación concreta, una intervención causada en “el ser” de las cosas de un mismo modo en que nadie recurriría a la historia sino para la solución de problemas presentes.
Esta “Profundización empírica” que sigue la vía tomista y a la que, a su vez recurre S. M. Ramírez1, encuentra su alfa en Aristóteles quien postula que tanto la estética como la ética es equilibrio y armonía. En definitiva: la justeza entre extremos igualmente maliciosos.
Tal afirmación encuentra respaldo aun en el caso de expresiones abstractas como el de belleza y bondad, valores que descansan, paradójicamente, en rigores matemáticos subyacentes. La sublime perfección de las volutas arquitectónicas, las flores y los caracoles, la adecuada proporción humana de da Vinci, las espirales galácticas, etc. responden a una aritmética exquisita.
Un estado, al igual que todo sujeto social interdependiente reclama esa misma “bondad” en sus proporciones. La virtud de la mesura y el respeto de lo diverso, de lo diferente, siendo esto último un valor que enriquece y que de ninguna manera amenaza.
El hurgar (e inclusive requisar) el contenido de aviones militares ajenos abre una “Pandora” de una posible represalia comprendida en el abanico de respuestas que respeta al número 33 de Herman Kahn: el que va de la “Guerra insensata y visceral-pérdida de todo control” a la de “crisis ostensible”. Es la naturaleza humana la que buscará el equilibrio perdido, la que intentará restablecer una armonía. Pero equilibrio no es armonía. Es Talión. Lo diplomático no es lo militar.
En lenguaje estratégico la gestualidad carga la expresión más contundente del actor estatal, quien por tanto, debe abrevar de esta pócima basada en moderación, armonía, simetría. La naturaleza militar de un gesto supone la propia expresión del estado. Lo militar “viene pegado al hueso” estatal al punto que todo podría ser privatizado excepto su impronta cargada de simbolismo.
Del mismo modo que casi todo escritor de raigambre diplomática alude directa o indirectamente a la guerra o al conflicto armado como fin a evitar, la frágil frontera que separa el bellum del pacem no es de sencilla distinción. El mundo se construye más en percepciones que en lo tangible. Sean éstas económicas, sociales, militares o diplomáticas.
Parece que todo un universo de lenguaje bélico se ha mudado a la cotidianeidad de las relaciones humanas sean éstas sociales o estatales.
Finalmente la Fragata Libertad se ha visto inmersa en una suerte de “exportación” de productos no tradicionales como el que conociera la luz en estas tierras, el piquete, (palabra también procedente del lenguaje militar). Su presencia interrumpe el tránsito en un puerto comercial muy lejano. Pareciera estar recordándonos la frase del filósofo de la guerra que inicia esta reflexión.
FUENTE: http://www.curiosaweb.com/wp-content/uploads/2009/05/2f.jpg
EDUARDO H. CUNDINS – (LEO - MEG) 498
