Sorprende constatar que Inglaterra no ha obtenido una sola medalla en los últimos juegos olímpicos celebrados en Londres 2012. En realidad, ni siquiera participó.

Su “arsenal” deportivo se cobijó al abrigo del Reino Unido. Los países del “reino unido” obtuvieron, no obstante, un encomiable tercer puesto mundial, solo a la saga de Estados Unidos y China. Reparafraseando a Ortega y Gasset, el medallero olímpico “mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacional" 2 de los países. (ver Apostilla Internacional - Noviembre 2009)

Inequívocamente, la demostración de desarrollo cultural a lo largo de la historia, exactitud de procedimientos en perfección organizativa y puntualidad la consagraron, paralelamente, como triunfadora incuestionable.

Contrasta ello, no obstante, con el “Six Nations” (seis naciones), que, justamente corresponde al quizá más afamado certamen mundial de rugby pero en el que casi domésticamente se disputan un trofeo los vecinos Inglaterra, Gales, Irlanda, Escocia, (y los “extracontinentales” 3 latinos) Italia y Francia.

La realidad muestra que es la pervivente arena mundial la que mide los valores de los países devenidos en contendientes cuando no la prevalencia en la disputa, sea en el comercio, sea en el prestigio, sea en el poder, sea en la cultura, sea en el bienestar… de sus pueblos.

La finitud de los recursos mundiales y los intereses de cada entidad estatal “juegan” el rol de disputarse, arrebatar, proteger, proyectar, aliar o segregar reinos, dominaciones o territorios. El propio espíritu humano es competitivo, el inglés Darwin… tenía razón.

 

Para entender a Inglaterra hay que entender la propia percepción que de sí poseen y la ductilidad con que encaran su empresa atemporal imperial. Confinados por razones estratégicas a su voluntario y brumoso aISLAmiento, no dudaron en lograr una sinapsis planetaria soportando el caluroso caos de India, la hostilidad sistemática de los holandeses Boers en África (no sin 12.733 caballos de guerra argentinos y aun antes de la barbarie de Lord Kitchener), embarcarse (literalmente) en cuanta empresa bélica hubiera y una conciencia de mundo global, envidiable. Nuestros trenes avanzan por la izquierda (porque son ingleses)… son diferentes. El mundo, habla inglés.

 

(*)     Archipiélago británico
(**)    Isla de Irlanda. Otros autores consideran a la Irlanda como un todo
(***)  Ámbito en el que se encuadra Malvinas.

 

Para comprender mejor esta visión británica del mundo, el cuadro que precede evidencia esa plasticidad para reinterpretar alianzas y acuerdos así como diferencias y estándares con absoluta naturalidad.

El futuro de Malvinas, como territorio de ultramar británico (diferente al Commonwelth, status que ni siquiera Irlanda detenta), será apostado en una trivia entre los 1500 habitantes, holgadamente inferior al número de ciudadanos que habita una manzana típica del Barrio Norte porteño.

¿Cómo se ha llegado a esta fatalidad? Desafía toda imaginación. Imaginación que no hemos tenido los argentinos para proyectar soluciones o propuestas más allá del encorsetamiento que otorga la falta de creatividad. Las ataduras de lo interno son malas consejeras para gestionar lo externo.

Lo lúdico y lo polemial tienen en común la disputa, la apuesta a prevalecer.  Tres meses más tarde se dará otra refriega, pero en el terreno deportivo, la excusa será el rugby, esta vez entre ingleses, solamente, y Pumas.

 

 

 

EDUARDO H. CUNDINS – (LEO - MEG) 675