La paradoja en la que se debate el ser humano nace de su propia naturaleza gregaria (social) y su consiguiente conflictividad derivada de esta misma convivencia.
Las megalópolis, devenidas en verdaderos conglomerados humanos incrementan el “roce", la fricción como la producida entre los átomos que incrementa la temperatura, sea como causa o efecto de esa proximidad. La física nos da inmejorables analogías en la dilatación de la materia.
Hegelianamente, el germen de la destrucción humana subyace en su ser. El raciocinio que, a diferencia de todo lo creado, es patrimonio exclusivo de ese mismo ser-humano le impone filtrar todo su proceder, todo su hacer, todas sus conductas por el cedazo de su razón sin duda controvertido con las pasiones que lo distorsionan. Se podría afirmar que el alma de la razón es su inteligencia.
En su expresión más rudimentaria, inteligencia, remite a la capacidad de abstracción, la facultad de abstraer, la cualidad de reconocer lo esencial. Etimológicamente inteligencia deriva del latín intelligentia y ésta de inteligere de los términos: intus (“entre”) y legere (“escoger”)1. Avanzando hacia lo más complejo, en la actualidad H. Gardner las divide en 7 diferentes y complementarias aptitudes.
Puesta en acto esta razón, los seres humanos mensuramos, adherimos, rechazamos, especulamos sobre opciones para elegir las que adoptaremos: sea el lugar de vacaciones familiares o el futuro plan quinquenal de gobierno, sea la ley que aumenta el impuesto pero facilita el acceso a la vivienda. Claro está que existe siempre un “alguien” individual o colectivo que, consciente o inconscientemente se opondrá a su consecución.
Estas otras inteligencias en oposición derivaron en el umbral del Siglo XIX en “descubrir”2 el Estado Mayor que no es otra cosa que el órgano de colaboradores que necesita quien lleve a cabo una “empresa” compleja: la guerra lo es. Se descomponía así el espectro de las áreas de la conducción en (básicamente) Personal, Inteligencia, Operaciones y Logística.
La guerra como expresión del debate social logró su paroxismo en el Siglo XX (el siglo de las guerras) y su matriz resolutiva pasó de los instrumentos que la dirimen al estado grociano y con él, la “Inteligencia Nacional”. Los conflictos armados eran internacionales y un atisbo de fundamento lo daba 25 siglos antes el general Sun Tzu al postular “Conoce a tu enemigo”. Tal era el mandato.
La conclusión de la Segunda Guerra Mundial derivó en el advenimiento de una “Paz Caliente” o guerra fría en el que la obtención de información era más vital que la propia disponibilidad de armamentos. La commodity de la Inteligencia, su factor crítico, era la información. Hoy lo es su análisis.
La exacerbación (como fin de un ciclo) del género guerrero de fines del Siglo XVI, reconoce su correlato a fines del XX. En efecto, la caricaturización del “Ingenioso Hidalgo” cervantino tuvo su etapa postmoderna igualmente sobrexplotada y distorsionada: el James Bond de Ian Fleming (el Agente 007pero también el de Mel Brooks). Resultado satírico del sobredimensionamiento de las funciones de la inteligencia llevadas al celuloide como “guerra de agencias”: abundaba espionaje, sabotaje y operaciones subrepticias que supieron tejer la trama de aventuras que reclama un público fuera en la Mancha o en el Hemisferio Boreal.
Al planteo de legitimidad de la inteligencia electrónica que sacude hoy a la administración Obama se suma la deserción del agente Edward Snowden asilado en su otrora archienemigo, la información que se filtra por el “Efecto Twitter” (Ver apostilla internacional Abril 2011) estalla ahora en Egipto o en la aducida corrupción del PP español o en la “Primavera Árabe” o en el “Wikileaks”.
Al igual que los conflictos armados, la inteligencia estatal se ha vuelto hacia el interior de sus países ¿Por qué debiera sorprendernos, o no estamos acaso en la era de la información?
1 Consultado en http://definicion.de/inteligencia/
2 Se recurre a esta perífrasis dado que tanto Francia como Prusia arribaron a esta similar síntesis por caminos diversos.
EDUARDO H. CUNDINS – (LEO - MEG) 597