Que la unión hace la fuerza es un axioma tan aplicable a los individuos como a sus agregaciones, inclusive a escala regional. La organización supraestatal aun en un mundo anárquico según los realistas de las Relaciones Internacionales, deviene de una naturaleza profundamente humana. Paradójica y simultáneamente competitiva y cooperativa.
La Dra. Mirka Seitz afirma en su trabajo “Tres propuestas de Integración Política Latinoamericana”1 que la matriz de organización americana se reduce a: “la hispanoamericana, la panamericana y la latinoamericana”.
Una articulación economicista, política, de seguridad internacional o de inspiración social pero siempre cruzadas por el funcionalismo (en la interpretación de David Mitrany) parecieran describir el modelo definitivo. El funcionalismo entiende que la complejidad actual de las relaciones entre unidades soberanas requiere especialistas que, desde cada esfera específica, concretarán las adecuadas sinapsis (vinculaciones) de una acción integrada. Una entidad territorial podrá tener relaciones cooperativas en lo comercial y tecnológicas, competitivas en lo cultural y diplomáticas y, simultáneamente, neutras en lo militar y migratorio.
De algún modo la diplomacia, entendida como aquella ciencia que se dedica al estudio y práctica de las relaciones internacionales entre Estados, se ve competida por las muchas otras áreas de labor interna. No obstante, todas ellas deben estar en fibrilación adecuada a su dictado. Sumado al hecho del auge de las diplomacias presidenciales.
A los intentos sucesivos de unión americana seguirían los rebates. La Doctrina Monroe tuvo su Drago y la Alianza para el Progreso, la Organización de Estados Americanos (OEA-OAS) inclusive el propio Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) derivado del anterior (para nombrar solo algunas) pero todas ellas originadas en latitudes boreales obtuvieron la objeción por sus asimetrías y una actitud casi imperial en desmedro de los del sur del Río Bravo. (Un cuadro aclaratorio acompaña la presente Apostilla)
Las iniciativas unionistas podrían remontarse a las Conferencias Panamericanas que se iniciaran en 1889 aunque existiría un antecedente en el Congreso de Panamá convocado por Simón Bolívar en 1826. A partir de la celebrada en 1910 en Buenos Aires en la que era la Oficina Internacional de Repúblicas Americanas pasó a denominarse Unión Panamericana.
Otras iniciativas pusieron el acento en la necesidad del desarrollo económico, comercial, aduanal o financiero con relativa efectividad. En este caso fue el semi-continente austral el que encabezara iniciativas inclusive mundiales como los Grupos de los 77 y de los 24 (Grupo Intergubernamental de los Veinticuatro para Asuntos Monetarios Internacionales y Desarrollo), extendiendo el alcance de su presencia unificada a un mundo cada vez más cercano. Estados Unidos retrucó con tratados bilaterales de libre comercio. (Ver Apostilla Noviembre 2010. “Numerología III: Grupo de los 77)
Sucesivamente y con la misma impronta de promoción y regulación del comercio recíproco, complementación económica y cooperación para la ampliación de mercados, la ALALC de 1960 dio paso a la ALADI de 1980 intentando un mercado común latinoamericano.
Paulatinamente se fueron incorporando aspiraciones menos prosaicas aunque más constructivas: como lo fue el caso de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) o Pacto Andino que procuraba en sus intenciones mejorar el nivel de vida de sus habitantes mediante la integración y la cooperación económica y social.
Estas tendencias no decrecerían y las iniciativas actuales “llegarían al hueso” político de las naciones recurriendo a mesas de trabajo dinámicas, expeditivas y efectivas, evitando paternalismos y multiplicándose en oportunidades y en el debate “profundo” de los problemas de la región con antecedentes tales como lo han sido el Mecanismo Permanente de Consulta y Concertación Política -Grupo de Río- y la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe (México, 2010) y, en particular, la decisión de constituir la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
El último intento de vocación integracionista se concretó con la CELAC la cual cobró notoriedad con la inclusión de China como asociado no deseado por la América del Norte.
Otras iniciativas devinieron de acuerdos supuestamente defensivos como lo fuera el de la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente (o Grupo Río) concretado en 1947, con desuetudo por el hecho de Malvinas en 1982 y aun no denunciado por Argentina.
Esta visión optimista de la relación política internacional: integracionista, como todo, compite con su opuesto. Las divisas nacionales harán lo suyo en el próximo evento deportivo y supurarán las nacionalidades que, justamente, hacen más desafiante y enriquecedora la imprescindible y esperada hermandad de los diferentes.
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1 SEITZ DE GRAZIANO, Ana E. Carpetas de Hispanoamérica Fundación Juan Pablo Vicardo. Pag 10.1983
EDUARDO H. CUNDINS – (LEO - MEG) 597