Desde la última apostilla el mundo dejó de ser el que era. Es un poco menos seguro día a día y los vectores de las amenazas ya no solo se han multiplicado sino que han mutado en su apariencia.

Decapitaciones, secuestros, atentados explosivos, ébola, francotiradores, migrantes ilegales, derribos, terrorismo todo un abanico de extorsiones mediáticas vuelven al ávido televidente en adicto y su diario transcurrir parece reclamar esta inyección adrenalínica que es incapaz de autoadministrarse. La play-station fue la antesala. La violencia se ha instalado para quedarse.

Vidas sumidas en el mero discurrir encuentran atractivas las utópicas aventuras que les proponen exacerbados, extremistas encapuchados a jóvenes de ojos claros y acentos británico, alemán o francés. Abandonan la molicie de sus cómodas (y desempleadas) metrópolis para internarse en estas quimeras que prometen éxtasis de gloria. El fantasma  del fracaso los escandaliza. El noble encanto de la juventud “aunque dispuestos a morir” le fuerza un sentido épico para dar contenido trascendente a sus vidas.

Europa paga el costo de su antiguo éxito debiendo cerrar fronteras a éxodos desde sus excolonias. En sus metrópolis, faros de atracción, juventudes vacías de ideales descubren sus orígenes y encuentran interés en otras geografías, cargados de resentimiento adeudado, no dudan en ser verdugos de sus iguales. No obstante, Europa es un continente con “muy alto estado de paz”. Siria, por el contrario, logra el macabro privilegio de ser el más violento de los países del mundo: el 162. Así lo anuncia un estudio del Institute for Economics and Peace denominado “Índice Global de Paz 2014”1

Mali y Libia se suman a los escenarios que demandan atención. Liberia exporta ébola  sin quererlo y demora el cierre de la Misión UNMIL pero no el de ONUCI en Costa de Marfil. Siria, en cambio expide violencia y refugiados. Uruguay los recibe, Argentina no. Sudamérica refuerza sus contradicciones. Ucrania y Rusia (Ver Ap. Marzo 2014) calientan la vigencia de la guerra fría sellada hace un cuarto de siglo.

La matriz del conflicto se ha desbordado y ya no responde a los cánones tradicionales. Los propios connacionales han propiciado su debilitamiento desde dentro a sus sociedades. Una vez más ha sido el conflicto interno, encarnado por sus propios ciudadanos que han llevado al debilitamiento sustantivo de los estados que los cobijan y preparado las condiciones para su derrumbe, para su implosión. La muralla china no sucumbió por el asedio enemigo (ask Wu Sangui)

La Iglesia debe hacer lo suyo, como todo, distraerse en atender su internidad que también la amenaza de muerte… y frivolidad.

Los “supratalibanes” del ISIS, abandonados por sus jefes en Tikrit en las vísperas del asalto final, generaron en sus enemigos un cuadro en el que tribus y milicias Sunnitas y Chiitas “en inexplicable alianza” sumadas a los Pasdaran de la Guardia Revolucionaria definen un teatro de guerra impensable! Teherán defiende al Irak con el que luchara y se alía con EEUU.

El Estado Islámico ha asimilado las enseñanzas del guerrear occidental y suma a su cosmovisión (deliberadamente ignorada por occidente) el marketing propagandístico de ejecuciones espeluznantes, cremaciones y amenazas que no son otra cosa que el terror diseminado con la complicidad del afectado. Es un nuevo giro de un mismo terrorismo, el que paraliza, el que sume en la impotencia a quien pretenda enfrentarlo. Es el recurso de los débiles y los in-morales.

Cierta soberbia inflamó una xenofobia hipócrita criticando credos y dogmas. No todos ven en una caricatura (que es un extremismo) una broma. Tal es la tolerancia de comprenderlo, tal es la fraternidad de aceptarlo, tal es la igualdad y libertad que los distingue. Es muy difícil quien del ateísmo hizo su creencia que crea que alguien pueda creer en otra cosa y por igual sea tenido en una pequeñez de pensamiento que asombra. La tinta fue cubierta de sangre no sin antes regarla con pólvora. La adicción a la espectacularidad cinematográfica encuentra a un occidente devaluado a merced de sus nuevos ofensores.

Nos debe honrar vivir en un país en cuya capital conviven credos y religiones mutuamente respetadas y toleradas. Por ello, la afrenta de la Embajada de Israel y la AMIA ofende en su sentir más hondo las incapacidades, las impotencias de dar con los autores ideológicos y materiales de la agresión sin haber podido conjurarlas.

Los asaltos cuentan con la ayuda interna de compañeros útiles dentro de las unidades soberanas, la estatalidad desbordada no atina con respuestas acordes a la magnitud de las agresiones. Como dice Toffler, es el impacto del futuro al que no estamos, aún, preparados.