Los británicos nunca fueron europeos.
Como el escorpión y la rana no han podido desembarazarse de sus prejuicios que los tornaron a la vez belicosos y veleidosos, flemáticos y dogmáticos. Asumieron ser los “supervisores” del mundo. Los mares y las horas se rigen desde la ribera del Támesis y desde la Av. Blackheath, regulan el devenir del mundo con los sucesores de Cromwell. Desde Londres se fijaron cuotas, límites internacionales, se armaron revoluciones industriales y sociales, se escribió el Kapital y se decidieron anexiones y segregaciones en una anacrónica sobreactuación que refleja su avidez patológica de tutelar el “orden global”. Profesan su propia fe y su propia moneda. Su confinamiento a “su propia isla” los ha “aislado”. Se saben diferentes.
Necesitan tomar, aun, más distancia. Se aliaron con sus enemigos para derrotar, en intermitentes y efímeras lealtades, a ocasionales rivales. Son los inventores del “si no los puedes vencer…úneteles”.
No dudaron en luchar “100 años” contra Francia (1337) o aliarse a ella “otros 30” (1618), para volver a vencerla en Trafalgar (1805) y Waterloo (1815) o aliarse en el Siglo XX (1914 y 1939).
Un ciudadano que hable dos idiomas será, pues, bilingual; si tres: trilingual pero si habla solo uno será…inglés. Incapaces con la empatía, le confirieron el ADN de su solipsismo y egocentrismo a sus hijos americanos: Estados Unidos, también incapaz de “comprender” integraciones sólidas, aquellas que no nazcan solo de un poderío bélico unipolar. La globalización que ayudaron a construir ahora los afecta.
No fueron ajenos a guerra alguna ni a dirimir contenciosos, incluso, ajenos. Ponsomby y Canning “taponaron” el Plata, así como perturbaron el “«pacífico Atlántico» con su laudo arbitrario” de 1977 por el canal descripto por Darwin. El mismo al que le arrebató su nombre (Onashaga) en 1932 por el de su barco (Beagle) y un año más tarde (1933)… y 150 años más tarde (1982) violentaron nuestras Islas, las Malvinas, con obscenos argumentos imperiales. Como dice Trias, son “ejemplo de sutileza, de habilidad, de cinismo, de paciencia, de sabia mixtura de suavidad con violencia”. 1
Como lo dijéramos desde estas mismas columnas en marzo de 2014 “Todo lo hacen por principios: Guerrea por principios patrióticos; esclaviza por principios imperialistas; oprime por principios de fuerza; roba por principios de comercio; sostiene a su Rey por principios de lealtad y lo decapita por principios democráticos” 2 .
Como inventores del ferrocarril no podían dejarse arrastrar por la “Locomotora de Europa”, su visceral enemiga. Percibieron que cuanto más Europa menos Inglaterra. Una Europa hoy debatida y azotada por una marea demográfica “extraña”, El Reino se ve amenazado por una gangrena que la puede contagiar. Amputar es la consigna.
Se desmiembran para los foros y el fútbol (por identidad) pero se reúnen para las coaliciones y las olimpíadas (por fortaleza) (en las olimpíadas los ingleses no ganaron una sola medalla. Lo hizo el Reino Unido)
No es lo mismo Gran Bretaña (la isla) que Inglaterra (el país), ni las Islas Británicas que el Reino Unido. Esta personalidad ambigua y esquiva ha entrado en crisis. Consensuar a otros 28 países sin liderarlos los ha desgastado.
Irlanda y Escocia, por oposición, no por convencimiento, seguirán perteneciendo a la comunidad: inmejorable oportunidad para diferenciarse. Crecer a la sobra de un primus interpares nunca fue la mejor receta.
Escapando de los que se escapan de territorios perturbados por extremismos seudoreligiosos, amenazados por su pasado conquistador que se hace presente en una desestabilización autopercibida. Son los fantasmas que ayudaron a desatar. Son víctimas de su éxito. Londres es la metrópoli del vasto imperio logrado a sangre y fuego desde la voracidad de materias primas africanas o asiáticas o americanas exigidas por sus inhumanas máquinas de vapor (J. Watt). Hoy sus nietos transitan Trafalgar Square o el Soho en sus double-deckers y el Underground, hablan su lengua, gobiernan su capital y alteran (si bien enriquecen) sus victorianas costumbres. Los éxitos del pasado son los conflictos del presente. Se están volviendo sobre sí los exabruptos de su atávica injerencia. El Commonwelth, hoy, es un recuerdo de glorias pasadas. Se desintegran en defensa propia. Inclusive los británicos, en una opinión que los divide en mitades enfrentadas. Una debilidad. (Ver Gráfica)
Hoy como ayer fue una consulta. Vinculante o no como lo fuera en Crimea o en Malvinas. En el primer caso sin valor, pero SÍ con él en el segundo. Crimeos o Kelpers, integridad territorial o usurpación. ¿Península caucásica o isleños? ¿Se acatará la decisión de las urnas dada por ciudadanos de primera, súbditos de la corona? ¿Cuál prevalecerá?
En su cobardía, los capitales mundiales se consternan y paralizan ante el estupor de los cambios. Alemania, protagoniza las decisiones europeas. Las conveniencias ocasionales son malas consejeras para resolver.
Lo que motivara la unidad europea fue la unidad ante el conflicto, su antecedente lejano fue la guerra. Ahora las lejanas son las guerras, pero en un mundo empequeñecido, ya golpean las puertas de sus palacios. Las integraciones son intrínsecamente políticas o no lo son. Una vez más, el animal político falló. El Reino Unido se desintegra. Una unión por conveniencia se desune. Otra integración fallida abre las puertas a un mundo un poco menos amistoso.
EDUARDO H. CUNDINS – (MEG) 856