Seguramente en muchos de nosotros existe un interés
por reconstruir las bases fundamentales para el progreso
de nuestro país, esa piedra desde donde reformar
nuestra Nación para acercarnos a la gran Patria
que construyeron nuestros abuelos, donde la dignidad del
trabajo los liberó del hambre y les permitió
forjar un futuro, aquellos años en los que la educación
pública era de excelencia y logró que los
hijos de esos inmigrantes iletrados sean orgullosos profesionales.
Algunas ideas rectoras para esta tarea pueden encontrase
en la tercera encíclica en la que se pronunció
el Papa Benedicto XVI, Caritas in Veritate.
Esta encíclica nos habla de resistir la tendencia
a reducir los sistemas de protección social, en
este tema me detengo para de acuerdo a nuestra realidad
nacional, proponer repensar el actual paradigma. Es indiscutible
que los actuales sistemas de ayuda social siguen siendo
vitales para millones de argentinos, esto es para casi
un 40% de la población.
También es cierto que se ha puesto a la familias
en muchos casos en la disyuntiva de “elegir”
entre seguir recibiendo la ayuda económica o conseguir
un trabajo, muchas veces temporario, que les haría
perder el plan y tal vez no se sostenga en el tiempo.
Según algunos autores, este tipo de planes atenta
directamente contra la dignidad del hombre, de la familia
y especialmente contra los valores y ejemplos que reciben
los niños, aquellas generaciones que serán
los constructores del futuro de nuestra Nación.
Aquí es donde la propuesta cambia el paradigma
y sugiere poner a esos niños como receptores, como
beneficiarios de la ayuda social para de esa manera lograr
dos objetivos igualmente importantes.
El primero de ellos es que la asistencia a esas familias
no se discontinúe y llegue en tiempo y forma a
los beneficiarios: al estar en cabeza de los hijos, los
padres quedarían liberados para conseguir trabajo
sin perder la ayuda económica.
El segundo objetivo es que haya una contraprestación
dada por la escolarización de esos chicos, es decir,
que para recibir ese dinero se les pida asistencia a clase.
Incluso la ayuda económica se puede incrementar
por las calificaciones obtenidas y premiar, de esta manera,
el esfuerzo académico.
Nuestra Constitución Nacional menciona específicamente
en su artículo 75 inciso 2 que los recursos económicos
deben ser utilizados priorizando la igualdad de oportunidades
en todo el territorio nacional. Esto mismo es lo que menciona
Benedicto XVI cuando nos advierte la necesidad de evitar
el aumento de las desigualdades.
Las desigualdades deben ser combatidas mediante la oportunidad
de lograr acceso a una educación pública
modelo, a un sistema de salud del que nos sintamos orgullosos
y proteja a nuestras familias, el obtener seguridad para
todos los argentinos y por sobre todo, el acceso al empleo.
Es allí donde nuestros legisladores tienen un papel
crucial, la generación de incentivos para la toma
de personal, incentivos para que las empresas den oportunidades
a los más jóvenes para adquirir experiencia,
a esos jóvenes que si no tienen una educación
pública de excelencia nunca tendrán igualdad
de oportunidades.
Por último y sin pretender agotar las interpretaciones
posibles, la encíclica nos deja conceptos tan modernos
como lo de Responsabilidad Social Empresaria, nos habla
de la ética del mercado, del sentir colectivo,
del bienestar de los empresarios, de los trabajadores,
del cuidado de medio ambiente, de la responsabilidad y
la preocupación por la comunidad que nos contiene.
Aquí nuevamente el Congreso tiene una enorme oportunidad
y es un tema pendiente el de crear las normas que reglamenten
la responsabilidad social empresarial, legislando sobre
la materia y no dejándolo atado a la voluntad o
falta de la misma de los actores involucrados.
Queda en manos del legislativo nada más y nada
menos que dar las normas que hagan de nuestro país
el ejemplo que fue y volver a sentir el orgullo de pertenecer.